Manzanas, uvas, arándanos… y cientos de miles de estas y otras frutas producidas en Chile es posible encontrarlas en los más exóticos lugares del mundo. No por nada, Chile ocupa el primer lugar como exportador frutícola del hemisferio sur al mundo entero.
De acuerdo a
cifras de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (Odepa), de casi 5MT -cinco
millones de toneladas- de frutas que se producen en el país, cerca de 2,6 se
exportan como fruta fresca (alrededor de un 52% de la producción total),
generando ingresos anuales de unos 4.000 millones de dólares (2,7 billones de
pesos chilenos).
Sin embargo, hay
otro factor que representa un dolor de cabeza para los agro-productores, y es
que entre 3 y 5% de la fruta fresca no llega a su destino, y esto se produce
muchas veces porque en el trayecto se descompone el fruto y aparecen manchas
negras por la acción de microbios fitopatógenos -organismos que generan
enfermedades en las plantas, frutas y hortalizas-, lo que lleva a que deba ser
desechada.
Este escenario inquietó
a un grupo de científicos de la Universidad de Concepción, quienes
desarrollaron una innovadora tecnología basada en árboles y algas, para
revertir este complejo (y costoso) problema frutal.
Los altos y bajos de la postcosecha
El problema del desperdicio de comida no es exclusivo de las frutas; ya que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura FAO -sigla en inglés-, afirmó que unos 1.300 millones de toneladas de alimentos se pierden a nivel mundial todos los años.
Lo particular en
el caso del sector frutícola es que, durante el envío de la producción a
diferentes países, hay que tener en cuenta el manejo postcosecha, es decir,
todo lo relacionado a la correcta conservación y traslado del producto que se
está transportando. «Deben tomar muy en serio la postcosecha. Cada dólar
debe invertirse de la mejor manera. Al cosecharse un fruto, comienza el avance
del reloj hacia el deterioro, pero debe llegar fresco y en buenas condiciones
al consumidor final», expresó Luis Luchsinger, profesor asociado de la
Universidad de Chile e investigador del Centro de Estudios Postcosecha (CEPOC),
quien explica que el periodo de la postcosecha puede variar y durar «entre
una semana y hasta los 45 días».
Actualmente,
materiales como el papel gofrado (caracterizado por su textura) se usan para
contrarrestar los efectos de la postcosecha en el traslado de frutas, pero para
el equipo del Laboratorio Gibmar del Centro de Biotecnología y Facultad de
Farmacia de la Universidad de Concepción, se puede hacer algo aun mejor en la
misión de conservar y cuidar de manera más eficiente la producción frutícola.
De Algas y Pinos
Investigadores
del Laboratorio Gibmar, comandados por el doctor Cristián Agurto, vienen desarrollando
desde hace varios años un prototipo de biopapel, cuyas propiedades permiten una
mejor conservación de las frutas que se exportan desde territorio nacional.
«El objetivo
de este proyecto es validar y producir un papel bioactivo algal, que permite
reducir hasta en un 60% las pérdidas de fruta por oxidación y descomposición
por acción microbiana postcosecha, que se producen durante el proceso de
almacenaje y transporte», detalló Agurto sobre esta innovación creada a
partir de pino radiata y extractos bioactivos de algas marinas.
El desarrollo de
este biopapel ha contado con el respaldo de la Comisión Nacional de
Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt) y el programa de Fondo de
Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondef). Además, según resaltó
el comunicado difundido por Corma, «las capacidades del papel algal para
reducir este problema [el deterioro y descomposición de las frutas] ya están
demostradas y patentadas por la Universidad de Concepción».
Avanzando hacia la Industrialización
Augurto recalcó
que, con las pruebas en laboratorio ejecutadas y con las propiedades del
biopapel demostradas, quedaba una importante etapa por afrontar en el
desarrollo de esta investigación: «nos hacía falta un socio que nos
permitiera iniciar la producción a nivel industrial en los formatos requeridos
por la industria frutera».
Fue así como
nació la alianza entre los investigadores de la Universidad de Concepción y BO
Paper, empresa chilena establecida en la región del Biobío, con más de seis
décadas de experiencia en la producción industrial de diferentes tipos de
papeles.
Gonzálo Hillerns,
jefe comercial de dicha empresa, ofreció a El Definido algunos detalles de este
vínculo que durante los próximos dos años tendrá la misión llevar a gran escala
la producción de este biopapel.
─
¿En qué etapa del proceso de industrialización del papel algal se encuentran
actualmente?
«Ahora
estamos trabajando con la universidad en la parte de implementación industrial,
en el fondo, cómo pasar todo lo que se hizo en laboratorio a un proceso industrial.
Eso requiere pruebas, equipos y, por lo tanto, hay un plazo bastante amplio de
un año y medio más de pruebas. Yo creo que a fines de este año o a principios
del próximo podríamos tener el producto, pero hay muchas etapas que me dicen
desde la Universidad de Concepción que se requieren para poder llevarlo a la
práctica».
Con respecto a la
particularidad de la materia prima utilizada en la fabricación del papel, Chile
cuenta con dos millones de hectáreas de plantaciones de pino radiata y, además,
en el país se extraen alrededor de 360 mil toneladas anuales de extractos
bioactivos de algas marinas.
─
¿Cuál es el rol que juega la sustentabilidad y el cuidado de nuestro planeta en
este proyecto?
«Nuestro
proceso productivo es 100% de fibra virgen, es decir, tomamos el árbol, lo
convertimos en pulpa mecánica, algo que es relevante mencionar, ya que se usa
un 96-98% del árbol y todo se va al papel […] Somos una empresa certificada
por el PEFC-Certfor, una norma de sustentabilidad de los bosques que lo que
busca es que tengas fuentes conocidas, trazabilidad, que sepas de dónde viene
ese bosque, quién lo corta, los planes de manejo, cuáles se reforestan».
La virtuosa alianza entre academia y
empresa
Algo que no se
puede pasar por alto en este interesante proyecto, es la forma en la que el
sector académico y las ciencias encuentran en las empresas un aliado para poder
dar solución a un problema, algo que cada vez es más común en Chile.
Para Hillerns, es
importante que esto siga ocurriendo y que la brecha entre ambos sectores sea
cada día más corta.
─
¿Cuál es el principal reto y la lección más importante que ha surgido en el
desarrollo de este biopapel?
«Una cosa es
lo que se da en el laboratorio y otra es llevarlo a la práctica, a un proceso
industrial que es súper continuo, que en el fondo las máquinas no paran de
correr, que quizá hay que hacer cambios o modificaciones en las instalaciones,
ahí están los retos, porque obviamente nosotros quisiéramos que los plazos
fueran más cortos y que efectivamente funcione como está en las investigaciones
de laboratorio […] Como aprendizaje, es importante que las empresas se
vinculen más con la parte académica, con las universidades, donde está el
conocimiento, la gente que investiga y, en el fondo, poder aprovechar ese
conocimiento para volcarlo a las industrias. Creo que hoy día las empresas
están muy lejos de las universidades, quizá porque lo ven muy complejo, pero la
verdad es que trabajando en conjunto, uno puede aterrizar las cosas y llevarlas
a solucionar problemas de la sociedad».
Fuente:https://www.eldefinido.cl/actualidad/pais/11164/Este-biopapel-desarrollado-en-Chile-podria-reducir-la-cantidad-de-fruta-de-exportacion-que-se-pierde